Prólogo

      Encontrar a un poeta que convoque a llevar la poesía a las calles, que nos invite al ejercicio del deber humano más elemental como lo es el amor, es tan raro hoy como encontrar a un lector de poesía.

      Con una poética que atraviesa la apatía de nuestro siglo, Víctor Jiménez se asoma a su ventana para alertarnos y sacudirnos al revelarnos lo que ha descubierto: “Escucha: la poesía anda por las calles y va con los brazos abiertos”. Y es cierto, porque ¿quién va a negar que es amor eso que brilla en los ojos del perro? Hay en sus versos un bullicio de imágenes que hurga nuestra penumbra, que estremece sin violencia, ─como una joya que irrumpe de un estanque de serenísima agua─ hacia nuestro corazón hundido en el desierto de la indiferencia. Toda intensidad aquí sentida se desborda y termina en lo cotidiano: las calles, la casa, las manos, un árbol. Y sin rubor nos confiesa que todo eso que nos impregna de claridad culmina siempre en el abrazo del ser amado.

     Fundada en la desazón de estar vivos sin sentir, la poesía de Víctor es un estremecimiento a la orfandad existencial del hombre, incapaz de verse en la mujer que duerme a la intemperie, protegida por /...un ejército de mosquitos y los gritos de la noche.../. Cuando nos muestra al árbol que se aferra a la vida en un trozo de metal, Víctor no nos señala simplemente la 'rareza', al contrario, apunta y celebra la posibilidad de ser y, mejor aún, de querer ser, de atreverse y persistir. Sus palabras proponen una relación de intimidad con lo que nos rodea, una relación de amparo, protección y cuidado. Como un niño que deambula por las calles, Víctor va juguete en mano en busca de un lugar más propicio para su libertad. Sin erigirse como crítico, cansado ya de excesos nos habla también de vidas vividas a destajo, esas vidas carentes de historia íntima con que a menudo tropezamos.

      El poeta aquí no sugiere, dice, incita, atiza. Y cuando nos parece que su tono es un reclamo, su voz se afelpa con afinado fervor para hablarle a su pequeña Victoria: /...recuerda siempre a la niña que fuiste, defiende tu inocencia.../¿Será acaso “Siete ciudades” la defensa de su propia inocencia? Impregnada de advertencias, “Siete ciudades” nos habla de las cosas que parece que estamos olvidando; nos recuerda que urge seguir creyendo en el amor como la única redención y como la única morada posible del hombre. Vayamos con él.

Elsa Varela
Miami, Febrero de 2011